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Emocionado por decirlo menos estaba cuando íbamos camino al cine con Valentina, mi hija, a ver Toy Story III. Cuando Valentina nació, descubrí en ella, una pasión hacia el cine, claro, de la mano de Toy Story. Se sabe los diálogos, las escenas, las trivias y se fija en los más mínimos detalles de todo el cine en general. Es por esto, que, ver la última parte de una de las mejores cintas animadas de la historia, no era para estar tranquilo. Juntos, queríamos ver la evolución de esta película. Preguntábamos y jugábamos a los nuevos personajes, nuevas historias, el qué pasará, etc. Llegamos al cine, dos millones de personas queriendo entrar a la misma sala nuestra. No los dejaríamos, esta era nuestra última Toy Story, no nos importaba el resto. Nosotros, haríamos esa cola infernal, todo para sentir, como lo venimos haciendo hace 10 años. Sintiendo el cine de una manera especial, no técnica, no especialista, sino, real, cercana, simple. Así le he inculcado el cine a mi hija. Y hoy, le he dicho que ponga todo para sentir. Porque esta no es una película más. Estuvimos pendientes las dos horas, la miraba entre luces y oscuridades y la veía feliz, ahora, yo también estaba feliz. Ver que Andy crece, es ver a mi hija crecer con esta misma película. Hicieron la evolución real de los niños que comenzaron con la primera parte y ahora la finalizan de manera excepcional. Creo que hay pocas cintas de niños, animadas, que puedan decir que tienen 3 partes impecablemente realizadas. Toy Story lo logra. Logró cercanía en nosotros. En una escena, la cual no pienso decir ni detallar, nos tomamos de las manos con
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